Cómo se visita un lugar con la conciencia abierta. Cómo se camina por las sendas de nuevos paisajes sin maldecir a los mosquitos, sin resistirse a la incomodidad, a la luz del sol, al terreno inclinado que te hace perder el equilibrio. Cómo se conecta con un lugar al que no perteneces, desde el que hablas desde afuera, desde la neblina y no desde la tierra. Cómo acostumbras tus ojos a esa luz opaca. Cómo te asomas por la ventana de una casa ajena y miras con los ojos de tu ignorancia, no como quien viene a enseñar, sino como quien viene a aprender, a callar para escuchar desde la genuina curiosidad y empatía hacia ese otro mundo que se abre, que te narra con la voz de alguien que conoce el lenguaje de las plantas, que te dice “mira, así es como se vive aquí, así es como se camina por aquí”.